miércoles, 26 de septiembre de 2012

De esas veces que sabes que hagas lo que hagas estás sin salida. Encrucijadas fortuitas que te obligan, sin quererlo, a tomar decisiones; decisiones banales para cualquier otro, decisiones dolorosas para mí. Resulta cuanto menos inesperado como la vida puede sorprenderte, como la vida puede cambiar en cuestión de segundos, minutos, horas y días, como la vida puede hacer que te levantes un sábado de verano con la sensación de que algo será diferente, diferente a entonces, a un tiempo placentero, un tiempo que apenas guarda relación con aquél otro infeliz y doloroso. Situaciones parecidas, pero completamente distintas a la vez. Sentir como la felicidad pende de un hilo, de un hilo manejado por unas manos que bien conoces, unas manos cuyos dedos han estado entrelazados a los tuyos durante muchos días y muchas noches; y sabes que ese hilo pronto podría romperse, cada día que pasa sientes que se estira, lentamente y sientes un escalofrío al pensar que tal vez al día siguiente no consiga estirarse mas y entonces pum, se acabó; sin embargo, de repente un pensamiento fugaz pasa por tu atolondrada cabeza y es justo en ese momento cuando piensas que tal vez ese hilo podría fortalecerse, podría unirse a los hilos de la persona que sostiene el tuyo, y hacerse fuerte. Hilos formados por la esperanza, la ilusión, la añoranza, el deseo, la alegría perdida que quieres recuperar a toda costa. Hilos...tan difíciles de vislumbrar como una silueta danzando a tus espaldas.

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